El tiempo se ha consumido de la misma forma que se consume el cirio al tocar el fuego, se han vuelto a agudizar los sentidos, el aire de la ciudad se ha transformado de nuevo en el aroma de los siglos pasados.
Sorprende como todo se acelera cuando la ceniza bendice la frente de la ciudad. El alma, el corazón, el sentimiento de la gente vuela. La celeridad del Domingo mágico de la Luz cambia la forma de pensar, restaura la mentalidad del cofrade a medida que van muriendo los días en el calendario.
Efectivamente, parece que el aire ha vuelto a cambiar otra vez, como cada año. El recorrido de nuevo es el mismo, no nos damos cuenta de que esto que está empezando a nacer es algo que nunca terminó de morir, porque en nuestra mente la Semana Santa ni nace ni muere, simplemente está ahí.
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