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El torero mejicano Carlos Arruza, estuvo muy vinculado a la Hermandad de Montesión de Sevilla, de la que llegó a ser el hermano mayor en ...

El torero mejicano Carlos Arruza, estuvo muy vinculado a la Hermandad de Montesión de Sevilla, de la que llegó a ser el hermano mayor en 1951, le regalo los rosarios que cuelgan de los varales, así como otro rosario que se usa de cinturilla para la virgen a demás de una saya que se confeccionó con un traje de luces del torero ( es la que te envié con anterioridad en sayas toreras) y también donó la imagen de la Virgen de Guadalupe que figura en la entrecalle delantera del paso de palio.
Fotos Alfonso García

Llegada la primavera, o mientras se aproxima, algunos comercios sevillanos (no solo del centro de la ciudad de Sevilla, aunque sí predomi...

Llegada la primavera, o mientras se aproxima, algunos comercios sevillanos (no solo del centro de la ciudad de Sevilla, aunque sí predominantemente de allí) empiezan a transmutarse en capillas, cambiando el aroma habitual de sus ambientadores de pistola por vaharadas de incienso espeso y apartando de sus cristaleras los maniquíes, las mercancías más propias y los fríos reclamos de la globalización para dejar hueco a los pasitos en miniatura, a los nazarenitos de caramelo, a los cuadros de la Virgen enmarcados con ricas volutas doradas y adornados con telas adamascadas que caen elegantemente por detrás de los caballetes.

Donde antes había una figura ataviada de otoño/invierno, ahora luce un farol y un nazareno revestido de raso; donde antes colgaban cinturones, ahora lo hacen cordones o medallas. Hay todo un ceremonial –esperado por la población– en el adorno cofradiero de los escaparates.

En ocasiones extremas, algunos llevan a lucir auténticas dolorosas prácticamente listas y coronadas para la procesión, y su contemplación desde la calle despierta la sorpresa de los transeúntes. Pero es más normal el pequeño detalle. Pero por encima de todo, donde se nota un establecimiento cofradiero es en que luce en lugar preferente de su puerta o de sus cristaleras el cartel de la Semana Santa del año en cuestión, amén del de su cofradía, su peña o la asociación que por vecindad o por simpatías más competa exhibir.

La calle Sierpes en particular es una de las más vistosas, junto con la Plaza del Duque. Si hubiera que nombrar un escaparate por antonomasia, el de la confitería La Campana, con sus pasitos, sus torrijas y pestiños, sus nazarenitos de azúcar y otros detalles propios de la fecha. Los hay que visitan escapatares como si recorrieran iglesias.

Fotos: Alfonso García

Sevilla dedicó un monumento al entrañable cantaor de Manzanilla frente a su taberna en la plaza Jerónimo de Córdoba. Sirva como recuerdo ...

Sevilla dedicó un monumento al entrañable cantaor de Manzanilla frente a su taberna en la plaza Jerónimo de Córdoba. Sirva como recuerdo y homenaje esta magnífica Saeta al Cachorro en 1984


Monumento a Pepe Peregil junto a su mítica taberna.


Así como el que dice, no hace ni un rato que entró La Soledad en San Lorenzo… y ya está aquí la Feria. Sevilla es una ciudad únic...



Así como el que dice, no hace ni un rato que entró La Soledad en San Lorenzo… y ya está aquí la Feria. Sevilla es una ciudad única para las mutaciones. Una experta en cambiar escenas con más rapidez que en un escenario a oscuras. A tramoya no hay quien le gane. Pero, ¿ustedes saben quién es el tío que mejor hace en Sevilla los cambios de tercio? Es posible que no den así al pronto con su nombre, pero le conocen.

¿Qué usted no acierta a decirme cómo se llama el hombre que mejor se abre de capa de nazareno de La Calzá a capa de toreo en La Maestranza? Pues ese tío es el que mejor toca en Sevilla los dos palos seguidos de la Semana Santa y de la Feria. Su nombre es Pascual González, el legendario de los Cantores de Híspalis, el compositor bisagra que mejor ha escrito la Semana Santa para que siga por sevillanas en la Feria. Te sale un paso por la puerta de Los Palos y te lo lleva desde la Giralda  no a su iglesia, sino a que haga su entrada por la portada. La última no es la Soledad; es la que diga Pascual González en el Real.

El tío agobio que quiera presumir de que habla de Semana Santa todo el año, que te da el rollo si hace falta hasta bajo un toldo en Punta Umbría, que se atreva a pelear con el de la coleta, que le eche el pulso al tío del bigote cuando en una caseta es capaz de meter  entero a San Benito y a su barrio de la Calzá mientras él dice que sale el Martes Santo de penitente. O que el Cachorro nunca ha visto ni Sevilla ni Triana. Y se atreve a pedirte hasta Silencio, con mayúscula de Madre y Maestra, en medio del rebujito. ¿Tiene o no tiene arte el tío? Y encima te canta aquello de a bailar, a bailar, a bailar…

 Para curas traumáticas de que se ha terminado la Semana Santa, Pascual González. No hay otro para depresiones postcapillitas. Antes de él, ni los Toronjo, ni los Hermanos Reyes, ni los mismísimos Romeros de la Puebla o Los Amigos de Gines, le habían calzado a la Feria la melancolía de la Semana Santa. Nadie había reunido en el mismo sitio las dos grandes formas de sentir de esta ciudad. Fue el barman que supo servir mezclados los dos aromas del incienso y la manzanilla, desde esta coctelera de las emociones que es Sevilla.

Ese hombre único y extraordinario, volverá a abrirse de capa para colocar en el mismísimo albero del Real ese toro astifino de la nostalgia de la Semana Santa, envuelta ya en la verónica del pasado y evocada en el lance feliz de la nueva Feria.

Texto: PEPE FUERTES