Las hermandades usan en ocasiones las mismas tácticas de la política, un concepto éste que está cobrando mucho protagonismo en estos...

Donde dije digo, digo Diego



Las hermandades usan en ocasiones las mismas tácticas de la política, un concepto éste que está cobrando mucho protagonismo en estos últimos años de locura que estamos viviendo. Las hermandades son elementos vivos que deben ir avanzando con los nuevos tiempos, adaptarse a las situaciones que les demanda la sociedad o, incluso, a los cambios que marca el urbanismo y redefinen una ciudad. Pero a veces se cae en un error, como en la política. Por el afán de destacar de una junta o de una persona, se corre el riesgo de desmontar todo lo que sus predecesores hicieron, aunque funcione. Y eso es un verdadero problema.

En el origen de este planteamiento pueden aparecer dos planteamientos muy graves: la revancha contra todo lo dispuesto anteriormente y el personalismo, es decir, esa tendencia a subordinar el bien común a intereses meramente personales. El colectivo debe participar, porque para eso es una hermandad. También es cierto que unos deben proponer y gestionar, porque para eso han sido elegidos en las urnas, pero no se puede hacer gala constante de aquello de “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Al final, se repiten los errores del pasado, aquellos que se recriminaban a los que ocuparon esos puestos de responsabilidad. Y es que, como dice el refrán, no basta con ser honrado, sino que también hay que parecerlo.

SMCE

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