Llegada la primavera, o mientras se aproxima, algunos comercios sevillanos (no solo del centro de la ciudad de Sevilla, aunque sí predomi...

Ahora si dan ganas de parar el tiempo, bendita Cuaresma

Llegada la primavera, o mientras se aproxima, algunos comercios sevillanos (no solo del centro de la ciudad de Sevilla, aunque sí predominantemente de allí) empiezan a transmutarse en capillas, cambiando el aroma habitual de sus ambientadores de pistola por vaharadas de incienso espeso y apartando de sus cristaleras los maniquíes, las mercancías más propias y los fríos reclamos de la globalización para dejar hueco a los pasitos en miniatura, a los nazarenitos de caramelo, a los cuadros de la Virgen enmarcados con ricas volutas doradas y adornados con telas adamascadas que caen elegantemente por detrás de los caballetes.

Donde antes había una figura ataviada de otoño/invierno, ahora luce un farol y un nazareno revestido de raso; donde antes colgaban cinturones, ahora lo hacen cordones o medallas. Hay todo un ceremonial –esperado por la población– en el adorno cofradiero de los escaparates.

En ocasiones extremas, algunos llevan a lucir auténticas dolorosas prácticamente listas y coronadas para la procesión, y su contemplación desde la calle despierta la sorpresa de los transeúntes. Pero es más normal el pequeño detalle. Pero por encima de todo, donde se nota un establecimiento cofradiero es en que luce en lugar preferente de su puerta o de sus cristaleras el cartel de la Semana Santa del año en cuestión, amén del de su cofradía, su peña o la asociación que por vecindad o por simpatías más competa exhibir.

La calle Sierpes en particular es una de las más vistosas, junto con la Plaza del Duque. Si hubiera que nombrar un escaparate por antonomasia, el de la confitería La Campana, con sus pasitos, sus torrijas y pestiños, sus nazarenitos de azúcar y otros detalles propios de la fecha. Los hay que visitan escapatares como si recorrieran iglesias.

Fotos: Alfonso García

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