Contemplando la ciudad, a través de los ojos del antifaz nazareno , se encuentra uno con la realidad de tantas cosas a veces ignoradas...

Detrás del antifaz


Contemplando la ciudad, a través de los ojos del antifaz nazareno, se encuentra uno con la realidad de tantas cosas a veces ignoradas, tan desconocidas, inimaginables a la luz de lo cotidiano y que solo nos salen al paso precisamente si las podemos mirar desde detrás de la tela que cubre nuestro rostro, cuando por la calle acompañamos a nuestros venerados Titulares. Que solo nos llegan al corazón desde detrás del antifaz… 

Miradas absortas, angustiadas, suplicantes, clavadas en la Imagen que quién eleva sus ojos tiene delante, de Jesús o de María, en ese crisol de cien títulos devocionales que pasean calles y plazas de nuestro pueblo en las jornadas, singulares y únicas, de la Semana Santa. Ojos humedecidos, tristeza infinita, plegarias apenas musitadas, piropos, besos al aire, ilusionada esperanza en algo bueno, manos infantiles saludando al Cristo o a la Virgen o diciéndoles adiós, con sus manitas, cuando el paso prosigue su camino. 

Emoción contenida, gemidos, suspiro, ruego esperanzado en la solución de una enfermedad o de un problema, alegría por el reencuentro en plena calle con lo que mas amamos, tristeza y dolor en lo más profundo del corazón de quién está mirando, el signo de la cruz sobre su cuerpo, la respetuosa inclinación de la cabeza ante la majestad torturada por la incomprensión de los hombres... el intento de pasar la mano por el canasto o los respiraderos, buscando sin duda consuelo y protección. 

Rostros de seres conocidos que sabemos enfermos o con problemas laborales. De amigos que lo fueron y con los que algún día tuvimos desencuentro, a los que nos gustaría poder abrazar ahora que acompañamos a nuestro Cristo o a nuestra Virgen para superar aquel malentendido. De personas de cuya deteriorada salud nos hablaron y por las que aprovechamos al pasar para pedir a Dios su curación… 

Un universo de sensaciones contenidas y manifestadas nos dejan ver, desde detrás de nuestro antifaz cofrade, lo que expresa la llamada piedad popular, esa a la que dicen religiosidad popular como si de algo menor se tratara, cuando realmente es la manifestación más auténtica y sincera de los sentimientos de cientos de personas de nuestra tierra que no han tenido otra manera mejor de acercarse a Cristo y María que la de salir a su encuentro en las calles y plazas de nuestras ciudades y conmoverse con las imágenes de su particular devoción. 

Una fe heredada de padres a hijos, la única que pudieron aprender desde muy niños ya que nadie se preocupó de enseñarles otra cosa. Una fe que no por sencilla deja de poseer el inmenso valor de lo sincero y auténtico. 

SMCE

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