¿Todo tiempo pasado fue mejor? Para el viejo pensante es muy posible que la máxima castellana encaje con sus conclusiones. Entre la ju...

¿Todo tiempo pasado fue mejor?


¿Todo tiempo pasado fue mejor? Para el viejo pensante es muy posible que la máxima castellana encaje con sus conclusiones. Entre la juventud de hoy tal afirmación suena a ruso siberiano. Y con respecto a los veteranos de medio pelo, es posible que el asunto ande entre Pinto y Valdemoro, sin que eso suponga mezclar churras con merinas. Pero cada pueblo tiene sus señales inequívocas del pretérito que se fue dejando huella. 

Las diferencias entre el pasado y el presente también se pueden llamar Evolución o Involucion en muchos casos, pero esto daria para otro artículo muy diferente a lo que quiero expresar en este.
Miremos esta foto de mediados de los 90, el transcurrir de la procesión de Los Blancos de Daimiel a su paso por calle Prim. Unas abarrrotadas aceras abren paso a la Cofradía, y una gran distancia separa el paso de la Virgen de Los Dolores de el Stmo Cristo de la Expiración. Don Félix Párroco de Santa Maria junto a un monaguillo cierra la procesión junto a dos Concejales.

Viendo este tipo de fotos de pronto, uno se siente invadido por imágenes, resonancias, palabras o sensaciones del ayer. Se da cuenta de que no es un mero ejercicio de la memoria, ya que, acompañando esos trazos de vida vivida, amanecen vagas emociones que parecen instalarse definitivamente en nuestro interior. Ocurre entonces que de aquellas emociones imprecisas despierta un enorme sentimiento que cubre todo nuestro ser con su presencia.  Es como si de golpe todo el pasado vivido quedara resumido en esa estampa. Como si el tiempo se atorara con el único propósito de meternos en la encrucijada de ser lo que ya no podemos ser. Extrapolemos este asunto a nuestra querida Semana Santa.

Hay sentimientos más llevaderos que otros; sin embargo, el de la nostalgia puede llegar a doler. Menuda encrucijada someterse al quiero y no puedo. Vaya plan perderse en el laberinto del tiempo sin poder salir de él sin sufrir, añorando un regreso imposible. No obstante, algunas personas descubren en tal pasión una forma adictiva de vivir, un refugio para su incomprensible vida, un exilio interior que llena los vacíos de su existencia.

Atesoramos experiencias cuyo significado ha calado tan hondo en nuestra existencia, que su inesperado recuerdo nos traslada hasta ese mismo instante en el que logramos aquel éxito, en el que vivimos con intensidad, en el que descubrimos a Dios o en el que nos pareció que estábamos cambiando el mundo. Tal vez no repetiríamos los mismos acontecimientos, pero qué duda cabe que volveríamos gustosos a envolvernos de los mismos sentimientos.

SMCE

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