La dialéctica entre cofrades y autoridad eclesiástica ha sido una constante en la Historia de la Iglesia. No debiera ser así, pero las cos...

De curas y cofradías

La dialéctica entre cofrades y autoridad eclesiástica ha sido una constante en la Historia de la Iglesia. No debiera ser así, pero las cosas son como son y no queda más remedio que aceptar la realidad, que es la aspiración permanente de popularizar lo oficial, por parte de las bases, y el deseo legítimo de la jerarquía por controlar lo popular oficializándolo. Las quejas de unos y otros son las de siempre, aunque varíen las formas. La autoridad achaca a los cofrades su escasa o nula implicación en la liturgia y las cofradías se quejan, fundamentalmente, de una insuficiente atención pastoral.

Un ejemplo de esta dicotomía lo encontramos en la iglesia parroquial de Peñaranda de Bracamonte. (Salamanca) En ella podemos ver, al lado de cada una de las imágenes procesionales de Semana Santa, una placa de metacrilato en la que se lee: “Agradeceré vuestro homenaje y escucharé con agrado vuestras súplicas si, antes que a mi imagen tallada, honráis al Santísimo Sacramento, fuente única de toda gracia”. Y tiene toda la razón el señor párroco, que es quien las ha colocado. Pero cabe preguntarse, ¿era necesario? Cualquier visitante ajeno a la comunidad percibe al instante que las relaciones entre cofrades y autoridad parroquial no son las idóneas. En el templo hay otras imágenes que, sin duda, tendrán también sus devotos, pero por lo visto, estos sí tienen la formación adecuada para distinguir entre la efigie de madera y la presencia real de Cristo en la eucaristía. Las placas mencionadas suponen, más que una catequesis, la recriminación pública hacia un sector de la feligresía que no acaba de ser como debiera.

El caso de Peñaranda es uno más de los muchos que encontramos a lo largo de la geografía española, con una jerarquía empeñada en encauzar a unos fieles que se le resisten. El meollo está en la propia idiosincrasia de la religiosidad o piedad popular. Esa es la cuestión que a veces no se quiere ver. El cofrade tipo es un cristiano especial, nos guste o no. Pero también son especiales los militantes en movimientos de apostolado y lo fueron en su momento las comunidades de base. La Iglesia es plural y el mensaje de Cristo debe llegar a todos los bautizados. Y la pastoral consiste en saber aceptar las especificidades y no tratar de hacer pasar a todos por el mismo aro.

De la misma manera que los educadores deben saber atender los casos especiales, los curas y la autoridad eclesial tienen que esforzarse por comprender este complejo mundo de las devociones populares. Que no es fácil ya lo sabemos todos, pero tampoco es a menudo gratificante trabajar con jóvenes, marginados o intelectuales, por citar algún ejemplo más. A todos tiene que llegar el evangelio, pero a cada grupo hay que explicárselo de una forma distinta. Y de la misma manera que quien sabe ganarse a los jóvenes o marginales descubre que en ellos, pese a todo lo que se diga, hay valores y autenticidad y son capaces de responder con generosidad, los cofrades que se sienten queridos, comprendidos y acogidos también responden. Pero primero hay que ganárselos, y luego, poco a poco, conducirlos con amor, corregirles sin obligar, llevarlos a la liturgia y a la oración, de manera que sus devociones populares alcancen sentido pleno. La pastoral en las hermandades que se viene desarrollando en Andalucía desde hace décadas ha dado sus frutos. De hecho, hoy en día, buena parte de las vocaciones proceden de ellas. La dialéctica es inevitable, pero con un poco de buena voluntad por ambas partes, comenzando por quien asume el rol paternal, se puede avanzar en la dirección adecuada, que es lo que todos deseamos.

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