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foto SMCE Las puertas en la vida son puntos de transición que nos permiten pasar de un espacio a otro, ya sea físico, emocional o simbólico....

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Las puertas en la vida son puntos de transición que nos permiten pasar de un espacio a otro, ya sea físico, emocional o simbólico. Representan oportunidades y desafíos, y pueden llevarnos a nuevos horizontes o mantenernos en nuestra zona de confort.

Algunas puertas se cierran tras nosotros, dejando atrás etapas y momentos pasados, mientras que otras permanecen abiertas, invitándonos a explorar y descubrir más allá.

Las puertas en la vida son una metáfora poderosa que nos recuerda que la vida está llena de elecciones y oportunidades, y que debemos estar dispuestos a abrirnos a ellas para seguir avanzando.

SMCE


 

Cuando condenas con ideas dogmáticas a las cosas y a los otros, de la misma manera lo estás haciendo interiormente contigo mismo.   ...

Cuando condenas con ideas dogmáticas a las cosas y a los otros, de la misma manera lo estás haciendo interiormente contigo mismo.

 

Nadie nos advirtió que extrañar, es el costo que tienen los buenos momentos Mario Benedetti foto SMCE  

Nadie nos advirtió que extrañar, es el costo que tienen los buenos momentos

Mario Benedetti


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El interés y el desinterés tienen una cosa en común: los dos se notan bastante. foto SMCE

El interés y el desinterés tienen una cosa en común: los dos se notan bastante.


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Hoy he leído que algunos sociólogos ya están difundiendo un romanticismo del coronavirus. Hablan de desaceleración o de sosiego. Según ellos...

Hoy he leído que algunos sociólogos ya están difundiendo un romanticismo del coronavirus. Hablan de desaceleración o de sosiego. Según ellos, esta sería una oportunidad. Volveríamos a tener tiempo para prestar atención al canto de los pájaros o para detenernos a oler el aroma de las flores. Quizás lleven razón.
Campo de Montiel

Viernes Santo en Daimiel ,Ciudad Real Foto Juan Moya De lo que vimos y ya no vemos; de lo que fuimos y ya no somos. Ésta debería ...

Viernes Santo en Daimiel ,Ciudad Real
Foto Juan Moya


De lo que vimos y ya no vemos; de lo que fuimos y ya no somos. Ésta debería ser la máxima que figurara, como un memento mori, al frente de cada reflexión sobre la Semana Santa. Escribir en torno a la misma nos hace recurrir a la huella de miradas y sensaciones que sólo viven ya, irremediablemente, como recuerdos. Por encima de la actitud personal ante esa fiesta compleja y frágil, resulta difícil para los cofrades no haber participado de modo activo en ella en algún momento.
Incluso al dejarla de lado requiere, salvo extrañas excepciones, haberla vivido, para así poder apartarse de ella con la conciencia de que el beneficio supera a la pérdida.

Los territorios de la Semana Santa son, por ello, los de nuestra mente. Los ritos de evocación adquieren una especial naturaleza cuando se refieren al tiempo que la fiesta ocupa, ya que no hablamos tan sólo de una cronología histórica, sino que nos referimos sobre todo a una experiencia interior compartida tan sólo de modo parcial. La Semana Santa configura, en esta  medida, una rara forma de patrimonio, un patrimonio privado del que somos los mejores conocedores e intérpretes: por mucho que personas cercanas- familia, amigos...-lleguen a estar cerca del mismo, sus claves se apoyan sobre unos cimientos que hemos construido con el correr de los años. 

Paradójicamente, nos esforzamos a menudo en transmitirlas, sin darnos cuenta de que la tarea es imposible: la educación sentimental que termina por convertirnos en parte de la fiesta demanda, de modo casi inapelable, que creamos propia nuestra propia mirada con fragmentos de lo heredado y, sobre todo, con la experiencia personal.

Una vez asumido esto, resulta fascinante  pensar que existió una impresión primera en nuestros ojos cuyo recuerdo no es posible convocar, a no ser que, de modo engañoso, salga la imaginación en auxilio de la memoria.

Poco a poco vamos dejando de ser niños, y nuevas impresiones se añaden como sedimentos que la Semana Santa deposita en la secuencia de nuestra vidas. 

Al mediar el aprendizaje junto a los que nos precedieron en ese proceso, comenzamos a participar de sus juicios, a recibir una parte del legado que ellos han ido construyendo y que , como ya se ha señalado, tienen la necesidad de transmitir. Sin embargo, es en esos momentos cuando la Semana Santa empieza a ser nuestra de un modo natural, y vamos tejiendo sin prisa el tapiz que una y otra vez reharemos hasta que la fiesta deje de ser, por una u otra circunstancia, parte de nosotros.  Es aquí donde, de un modo ingenuo, osaremos emitir- a veces en silencio- nuestros propios juicios sobre lo que se nos ofrece, donde se irá formando nuestro modo de ver y donde, tímidamente, la devoción y la admiración irán reclamando sus respectivas parcelas poniendo de manifiesto otra gran frase que resume todo esto, la mirada que fue y la que difícilmente volverá a ser.

SMCE

Las cosas sencillas de la vida son como esas estrellas que relucen en las noches despejadas. Siempre están ahí, rodeándonos, ofreciéndonos ...


Las cosas sencillas de la vida son como esas estrellas que relucen en las noches despejadas. Siempre están ahí, rodeándonos, ofreciéndonos su magia sutil; sin embargo, no todos los días nos detenemos a mirarlas ni recordamos que existen.

Sólo cuando nos faltan, sólo cuando la vida nos da un pequeño o gran revés, apreciamos de golpe lo que de verdad edifica nuestro corazón, lo que constituye cada una de esas cuerdas internas que dan música y sentido a nuestra existencia.

Hay quien suele decir que cuanto más sencilla sea nuestra forma de existencia menos preocupaciones tendremos y menos errores cometeremos. Ahora bien, cada cual es libre de complicarse la vida tanto como desee, todos tenemos derecho a asumir riesgos, proyectar sueños y a tener un círculo social tan amplio y variado como queramos.

Lo principal, la clave de todo no está en llevar una vida sencilla sino en ser sencillos de pensamiento y saber qué es lo importante, qué es lo que de verdad hace feliz a nuestro corazón y nos identifica.

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